Editorial Eloísa
Cartonera - Washington Cucurto
Made
in Almagro
“No hay cuchillos sin
rosas-verdulería-librería” se lee, sobre el vidrio un poco sucio, en una vereda
del barrio de Almagro. Detrás del vidrio, como frutas de colores, hileras de
libros. Son raros. Son toscos. Son lindos. Tienen aire de haber sido pintadas
en un jardín de infantes, esas tapas de cartón con letras alegres que anuncian:
Saer, Aira, Cucurto, Casas, Rosetti, Fogwill…
En el local de piso de baldosas,
con toldo, abierto a la calle, hasta hace poco papas y cebollas competían por
el espacio. Ganaron los libros. Si ustedes pasan por Guardia Vieja 4237
encontrarán, nada menos, la Editorial Eloísa Cartonera.
Desde Buenos Aires, ANA LARRAVIDE
fotos: NANÁ RIBEIRO
- Los editores responsables somos Fernanda Laguna, Javier Barilaro y,
aquí presente, Washington Cucurto.
- ¡Semejante
nombre! ¿Sos uruguayo?
- No. Me llamo Santiago Vega. “Washington Cucurto” me puso un amigo. A
él le gusta Uruguay. Cuando empecé a publicar, lo usé.
Con ese nombre regalado, Cucurto firma su
prosa y sus poemas: “Veinte pungas contra un pasajero”, “La máquina de hacer
paraguayitos”, “Noches vacías”, “Cosa de negros”. Daniel Link, en el diario
Página 12, juzga a Cucurto “revelación del año.” Y también refiere una encuesta
que muestra a Eloísa Cartonera como boom editorial, proyecto sustentable que ha
vendido más de cuatrocientos ejemplares por autor, en pocos meses.
- ¿Desde cuándo?
- A ver, en agosto del año pasado, empezamos. Primero como
cartonería/librería/verdulería. Pensamos que la verdulería atraería al barrio.
Pero quedó en cartonería/librería/galería de arte.
- ¿Galería de
arte? - miro en
redondo, el local. Él me cruza la mirada:
- Es esto, es aquí mismo. Pero en verano se desmonta la muestra.
En lo alto de la pared, un caballo como de
calesita pintado sobre cartón es el rezago de esa muestra. Tiene más pinta de
caballito soñado que de caballo de verdad.
La editorial tampoco parece de verdad. ¿De
dónde salen los libros? Hay un montón de cartón corrugado (“los mejores son los
de cajas de galletitas, por los colores”), hay una mesa con frascos de témpera,
fotocopias, una engrampadora, goma arábiga. Es todo.
Una señora de desvaído vestido floreado toma
mate –esos minúsculos matecitos porteños, enlozados- pegada a una radio. Le
pedimos que baje el sonido para poder conversar. La apaga, magnánima.
- ¿Cuál es la
intención de esta editorial?
- Poner el libro a disposición de la gente. Unos quieren leer, otros
quieren hacerlos. Es una actividad pagada, en la que el libro se relaciona
directamente con el trabajador. En la plata que se gana no hay intermediarios:
vienen algunos cartoneros, les compramos el cartón, a un peso y medio el kilo,
y a los que cortan las tapas se les paga tres pesos la hora de trabajo (tres
pesos argentinos equivalen a treinta, uruguayos). Las tapas las pintamos con
témpera. No hay distribuidores, no hay vendedores.
- Pero hay compradores.
- Si. Llevan libros de a uno, de a muchos. Vale cuatro pesos, cada
libro.
- ¿Quiénes
compran?
- La gente. Los vecinos. Si no está el título que piden, se lo armamos
en un momento. Al principio venían de uno en uno. Ahora se corrió la voz. Hasta
las librerías mismas, vienen…
- De España, vienen –dice la señora de vestido floreado. Y ceba su
matecito.
- De España, de Chile, de Dinamarca han venido –confirma Washington.
- ¿Cómo nació Eloísa Cartonera?
- Yo hacía con otro chico los libros chiquititos, esos que están ahí.
Eran caros, porque el papel no se fabrica acá, es de Brasil. Con la devaluación
triplicaron el precio. No se podía más. O se podía de otra forma: decidí
empezar a trabajar con lo que había. Y lo que había era cartón.
- ¿Cuáles libros
chiquitos?
- Ésos ¿ves?, los de Eloísa latinoamericana.
- ¿Por qué
“Eloísa”?
- El chico que diseña estaba enamorado de una Eloísa.
- Ah.
- Era muy… muy cheta ¿no? muy fresa; tenía auto, un montón de plata.
Entonces, no le iba a dar bolilla. Yo le dije: “Ya que nunca te va a dar
bolilla por lo menos hagamos una editorial que se llame Eloísa.”
- ¿Y… le dio
bolilla?
- Ni cero cinco.
- Pero ¿sabe, que
es por ella?
- Sabe, sabe. Él… hasta le pintó cuadros.
- Pá.
- Hasta ahora, nada.
- Debe ser inteligente, jajá –mumura la señora del matecito, como para
sí.
- Él es Javier Barilari. Ahora está en Córdoba. Bueno, el nombre fue por
eso. Pero también empezamos esto por la necesidad de hacer algo con los
recursos que uno tiene. Queríamos que fuese algo original, que generara una
demanda (cosa que sucedió) y, también, con la onda de algo comunitario, que
mezclara lo social con lo cultural.
- ¿Cómo arman los
libros?
- David y Daniel Ramos cortan las tapas. Ellos hacen las mezclas de
color, preparan las máscaras con letras caladas para los títulos. Tienen 19 y
20 años; eran recolectores de cartón. Pero también hacían artesanías en
Fiorito, su barrio. Se dan idea para el color. Cada libro que hacen es único.
No hay uno igual al otro.
Entra un hombre, con cartones. Cucurto lo
recibe. Los pesa. Los compra.
La señora de la radio apagada pasa al primer
plano, hablando del calor. No le falta razón: arde, Buenos Aires.
- Pero en Europa hacía más calor –afirma.
- ¿En Europa?
- ¿No escuchó los noticiarios, el año pasado? Se morían. Pero aquí, por
lo menos, no se muere nadie. Hay que tomar mucho líquido. Yo me pongo una cosa
fría, aquí en la nuca… ¿Vió que bueno que es?
- ¿Quién?
¿Cucurto? Me parece que sí. ¿A usted por qué le parece bueno?
- Por el hijito. Tiene un hijito de un año, que siempre está contento
cuando él lo trae. Es pícaro, toca todo. Es hermoso.
- ¿Cómo se
llama?
- Baltasar. Como el rey Baltasar.
- ¿Querés venir para acá –me invita Washington desde la vereda- y te
presento a Fabián?
Me disculpo con la señora que queda flotando
en el sopor de la tarde, como el gato parlante de Alicia, y salgo. En la vereda
hay sillas blancas, de plástico. La mesita de las témperas fue a dar allí.
Washington se instaló, a pintar tapas.
Fabián Casas es uno de los autores publicados
por Eloísa Cartonera y es quien rebautizó a Santiago Vega.Simpático, tiene don
de gentes o mucha calle o las dos cosas.
- ¿De Brecha? ¿Conocés a Carlos Liscano?
- Personalmente,
no.
- ¡Escritor de putamadre! Tengo su “Diario de la cárcel” y “Parte de una
guerra reciente”. Me encantaría saludarlo. A Darnauchans también lo busco, por
un un documental sobre Mateo…
Tengo el teléfono del Darno pero me pasa una cosa muy rara: siempre sale
una voz de mujer en el contestador automático: “deje su mensaje”; yo no dejo
porque así no me gusta. Entonces unos me dicen que está internado… otros que
salió… otros que se volvió a Tacuarembó… Muy raro. Nunca lo encuentro. Y de
Liscano nunca encuentro nada tampoco: busqué libros de él hasta por la feria de
Tristán Narvaja, sin suerte. Pero sigo buscando… me gusta leer, cruzar… Lo que
está bueno es cruzar.
- ¿Vos trabajás
aquí, en Eloísa?
- No trabajo aquí, pero nos conocemos desde antes que empezaran. Me
publican textos. Mirá: yo lo conocí cuando él estaba en la secundaria y yo fui
a dar una charla sobre poesía. Cucurto era un alumno.
- Él me puso Cucurto.
- Si. Uno de mis seudónimos, cuando hacíamos una revista de poesía que
se llamaba “18 whiskies”, era Washington Larsen. Por el Larsen de Onetti.
Bueno. Cucurto trabajaba en un supermercado, empezó a venir a la librería donde
hacíamos esa revista. Yo le pasaba libros. Y era increíble porque después traía
textos, iguales. Con sus temas, pero iguales.
- ¿La
entonación?
- Claro, como una música: si había llevado Gelman, volvía Gelman; iba
Girondo… volvía Girondo. Empecé a ver que el flaco tenía algo. El encontró su
estilo, en esas mezclas.
- ¿Cuántos
títulos ha publicado Eloísa Cartonera?
- ¡Treinta y cinco! –Cucurto se ilumina, entre las témperas
- Entre ellos, autores como Aira, Gelman… que además son gente que
nosotros queremos, admiramos. Nos han ayudado de mil formas: comprando libros…
Piglia me pagaba la edición de “18 wiskies”; Gelman cuando yo era chiquito me
llevó a su editor, que publicó mi primer libro de poemas. Son gente fenomenal;
que no se queda aparte.
- Los autores
los reconocen y acompañan. ¿Las librerías?
- Hay librerías con muy buena onda. Una es La boutique del libro (una
librería muy fina, de barrios caros: San Isidro, Palermo…) que nos paga al
contado. Otras que nos compran son Prometeo, Hernández, Norte, Centro cultural
de cooperación, Antígona.
- ¿Con esas
ventas se sostiene la producción de Eloísa Cartonera?
- Las ventas dan para comprar el cartón, la pintura, hacer las
fotocopias y pagarle las horas de trabajo a los que cortan las tapas y arman
los libros.
- Pero el alquiler del local lo banca Fernanda Laguna, que es “nuestra
Evita”. Ella cree en esto.
- ¿Les comento?... –interrumpe un muchacho con una gran caja en brazos
(recordar que estamos sentados en la vereda).
- Comente.
- Me quedó sin entregar, de un pedido, esta oportunidad, doña: ¡una
cacerola con el colador incorporado! Buen precio.
- Agradezco,
pero no.
- Bueno, disculpen la molestia… -se pierde Guardia Vieja adelante, el
muchacho con su oferta, por las calles de Almagro.
- ¿Y cuáles son
tus libros, Fabián, publicados por Eloísa Cartonera?
- Tengo éste, que Cucurto está pintando las tapas, que se llama Pulenta:
“El bosque pulenta”. Y “Los Lemmings”. Y otro que se llama “Casa con diez
pinos”. Hace poco hicimos una presentación de todos los libros en un cabaret de
un amigo, aquí a cinco cuadras, porque uno de mis relatos sucede en ese cabaret.
Con música toda la noche, duró hasta las nueve de la mañana. No sabés la
cantidad de gente que fue. Se vendió todo. Todo.
- Buena crítica,
dicho sea de paso.
- Lo nuestro es un tipo de escritura que todavía no tiene aval del canon
literario. No hay una estética determinada en nosotros (eso está bueno también,
que no sea un grupo, sino muchos cruces) todos tienen que ver con una estética
lateral, algo que aunque es viejo siempre resulta nuevo.
- ¿Qué?
- Competir, con el relato de uno. ¿Viste en “El sur”, de Borges, cuando
le tiran migas de pan a Dahlmann para provocarlo, para pelearse con él? Yo digo
que esta escritura nuestra es como esas migas de pan que le tiraban al escritor
que no sabía manejar el cuchillo. Una gran parte de la literatura, de la poesía
argentina, tenía que ver con la voz de Borges. Dahlmann viene a ser Borges. Yo
admiro a Borges. Pero también hay que ver qué tenía para decir el tipo que le
tiraba las miguitas para torearlo.
- Ya veo. Las tiran, ustedes también. ¿Y
qué pasa?
- Pasan cosas. Hace poco fuimos a un taller de poesía de los 90, en Mar
del Plata. Los chicos que empezaron a leernos pasaron del rechazo al entusiasmo
furioso. Quisieron hacer un trabajo de cátedra, vinieron a entrevistarnos… ¿Te
acordás, Cucurto?
- ¿Cuáles son
tus provocaciones?
- Escribo sobre el barrio de Boedo, que es donde yo nací. Recupero a mis
amiguitos de chiquito. Se va armando como una épica de la zona. Eso, estoy
haciendo. Soy una especie de Joyce de Boedo.
- En vez de
dublinenses, boedenses.
- Buedenses, diría mi viejo, con u. ¡Le voy a poner “Buedo” al libro!
–concluye Casas.
- ¿Cuántos años
tenés, Washington?
- Ahora tengo treinta.
- ¿Y cuando
conociste a Fabián?
- Tenía catorce.
- ¿Qué recordás
de aquella charla que él fue a dar, sobre poesía?
- Yo ya escribía poemas. Leía a Neruda. No sabía que se podía escribir
de otra manera. Cuando leí cosas que trajo Fabián –él escribe muy bien- me di
cuenta de que había otra manera, otro tono. Eso sigue siendo la idea: escribir
y publicar tonos distintos.
- Migas provocadoras arrojadas a la cara de Dahlmann –insiste Casas.
- Otro propósito de Eloísa Cartonera es sumar voces latinoamericanas.
Tenemos publicados a Sergio Parra y Gonzalo Millán que son chilenos –cuenta
Cucurto- Millán es uno de los escritores fundamentales de Chile, hoy; a Osvaldo
Reynoso, peruano, inventor de la literatura de collera.
- ¿Qué es eso?
- Literatura sobre pandillas (como lo que hizo después Vargas Llosa: Los
cachorros). Ahora vamos a publicar
literatura brasileña, que eso no hay. No hay mucho. Publicaremos a Haroldo de
Campos, poeta concreto, que fue un prócer en Brasil. Murió, el año pasado.
Conseguimos un libro inédito de él y varios poetas lo tradujeron: será un libro
grupal.
- Traés a cuento a los brasileños y se me
ocurre que… Eloísa Cartonera tiene una parienta: ¡la literatura de cordel!
Imprimían folletines con tacos de madera, de a uno, así, como ustedes,
artesanales. Colgaban esos libritos en las ferias, en cuerdas, como si fueran
ropa al sol.
- ¿Folletines?
- Historias
sobre cangaceiros, aventuras de bandidos, casos de enamorados, asesinatos
famosos. Tenían gran difusión.
- ¿La literatura de cordel? Si, la literatura nordestina… sí, sí, ahora
me acuerdo: todos con sobrenombres, ¿no?: “El cazador de serpientes”, “La mujer
que voló como lechuza”…
- En vez de
pintar las tapas, como vos, las imprimían con tacos de madera.
- ¿Cómo es eso?
- Tallás la
madera con una lezna. Calás los
blancos.
- Entiendo.
- Si aquí les
hubieran quedado papas, probábamos. Con partir una a la mitad se hace un sello
(más fácil que en madera) y toc, toc, imprimís.
- Está bueno, eso.
- La de cordel
también era literatura marginal. Popularísima. Fijaban así leyendas de
tradición oral…
- Flor de campaña de alfabetización. Estaría bueno hacer una cosa así.
- Capaz que
Eloísa es la reencarnación de esas mujeres/lechuzas…
- Con alas de cartón.
- Además de
cartón, están usando el principal producto del siglo XXI: el diseño.
- Eso dice Barilari, justamente: que el diseño es un valor. Algo que
marca una diferencia.
- “Un valor
agregado.”
- Sí, gustan mucho las tapas pintadas. La gente busca estos libros por
el contenido, por la forma y por el ruidito.
- ¿Por el
ruidito?
- Hacen un ruidito lindo, al abrirse: el crujido de la página pegada al
cartón…
- ¡Pero no le estás pintando la ele, Cucurto! Dame, que las pongo yo
–pide Fabián.
- No. No, no, que se arruinan
- ¿No me dejás que les ponga la ele? Al estencil le falta la ele: tiene
que decir PULENTA.
- No importa. Dejá.
- ¿No decías que importa la forma, además del contenido? Dáme que les
pongo la ele…
Fabián Casas se queda pintando en la vereda.
Vuelvo al local, con Cucurto.
- Tanto embromar con la ele y la pinta con amarillo, que no se nota
contra el fondo… ¿Sabés, que tenemos editado un uruguayo? Dani Umpi. Es un
genio total este pibe, Daniel Umpiérrez, que nació en Tacuarembó…
- Como Gardel.
- Hay un montón de argentinos nacidos en Tacuarembó ¿no?
- Si habrá.
Tacuarembó es casi casi como Boedo ¿vió? Me llevo a Umpi. Y querría comprar uno
de Fabián y alguno tuyo.
- ¿Querés Noches vacías? Salió “libro del año”. No queda, pero te lo
armo en un segundo…
- ¡Libro del
año!… ¿cómo te sentís con eso?
- Y, soy medio vanidoso.
- ¿Sí? Quién
diría.
- Todo el mundo es vanidoso.
- ¿Te parece?
- Depende vanidoso para qué. Pero sí. Todo el mundo.
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