lunes, marzo 03, 2014

Eduardo Mignogna (I)

Sólo la emoción perdura

Nació en Buenos Aires, un 17 de agosto, hace cincuenta y tres años. Sol de otoño, su reciente trabajo como director de cine, dio lugar a que Norma Aleandro fuera premiada como mejor actriz en el Festival de Cine de San Sebastián. Está filmando El faro, la historia de dos hermanas.
Cuatro semanas fueron rodadas en Uruguay (Colonia, Santa Lucía,  Montevideo y José Ignacio) y otras cuatro en Buenos Aires. La post-producción se realizará en España. La protagonista de El faro es la actriz española Ingrid Rubio. Actúan también Ricardo Darín, Norberto Díaz, Boy Olmi, Jorge Marrale, Jimena Barón y Florencia Bertotti y participa Norma Aleandro.
Mignogna prevé el estreno para el mes de abril.


Próximos a su escritorio algunos videocassettes dan señales de preferencia por Akira Kurosawa, Bergman, Ettore Scola. Entre sus libros, El cine según Hitchcock -la larga entrevista de François Truffaut- encamina la conversación. Dice Mignogna que admira, del legendario director inglés, su capacidad para mostrar los pensamientos de los personajes con recursos visuales, más que por palabras, estableciendo complicidad con el público por medio de informaciones sutiles.
-Usted es un contador de historias. ¿Cómo es la suya?
-Fui hijo único. Viví en un barrio de Buenos Aires, Villa Pueyrredón, cerca de Villa del Parque. Mis padres se adoraban. Vivían muy felices. Mi padre trabajó siempre como pianista de tangos. Fue un tipo encantador, lleno de amigos. Mi abuelo fue jefe de la estación del ferrocarril de Los Cardales, un pueblo de la provincia de Buenos Aires. En su casa yo pasaba los veranos. Jugaba en la estación, en los vagones vacíos, con los boletos. Mi abuelo usaba un reloj de bolsillo que, al abrirse, mostraba impreso el recorrido del tren. Desde entonces siempre, en mi vida, en mis relatos, aparecen los trenes. De aquella época me quedó algo por lo que nunca termino de ser urbano: algo de perder la mirada en un horizonte... La pampa es siempre igual, pero tiene un encanto deslumbrante. Mis bisabuelos vinieron de Italia, ya con un hijo. Pusieron una joyería. El. además, formaba parte de una banda de música. Al casarnos, mi mujer y yo enviamos. como participación. una foto de esos italianos acriollados, que murieron de viejos, con todos sus dientes. tomando vino con sandía, haciendo diabluras. Sus cinco nietos estudiaron cello, piano... y, todos, fueron concertistas. Mi padre se abrió otro camino: de día tocaba con el maestro Scaramuza y por las noches, saltaba las paredes del gran caserón donde vivía, en Palermo, y se iba a tocar con Aníbal Troilo. Fue el pianista de su primera orquesta, de la que hay una foto en el restorán "Pichuco", de Horacio Ferrer.
-¿ Y usted ?
-Además de ir al colegio y jugar al basketball, tenía mis insomnios y escribía poesía desde los trece, catorce años.
Un día, dejé el deporte (había llegado a jugar en primera) y el camino preparado acá. Crucé a Europa.
-¿ Por qué ?
-Porque no tenía más ganas ni de jugar al basketball ni de seguir yendo al club ni de seguir haciendo la vida que hacía. A los veinte años saqué un pasaje de ida y me fui.
-¿Qué lo atraía de Europa?
-Un lugar, de donde habían salido mis bisabuelos. Cuando insinué que me iba... y mi madre insinuó que no... mi padre influyó finamente para que yo hiciera lo que quería.
-Muy generoso de su parte.
- No sé si yo lo haría por mis hijos. El sabía que no me iba por seis meses. Me iba por más.
-Y era otra época, más dificil para comunicarse.
-Si. Era 1964. El viaje demoró 28 días. Subí al barco con un primo mío, Norberto. Un primo-amigo. El, andando el tiempo, se quedó en Madrid. Se casó allí.

El VIAJE

-¿No fueron directamente a Italia?
-Viví mucho, primero, en España. A España le debo el primer contacto con la literatura, con la edición (me publicaron poemas) y el primer contacto con una ideología (los republicanos). Conocí a gente que me ayudó en la vida. Todos mayores que yo -de 45, 50 años- que me invitaban a sus peñas, tan tradicionales, de los cafés madrileños, en el '65. Me abrieron las puertas de un mundo. Italia me dio un reencuentro con mis raíces. España me lanzó a la vida.
- ¿A quiénes conoció en las peñas madrileñas?
-En su mayoría. escritores, poetas. Don José Bergamín, el primero. También conocí al hijo de don Ramón del Valle Inclán, que usaba la misma barba que su padre. Entre ellos yo me sentaba. pedía un café (casi todos preferían horchata, esa bebida hecha con almendras) v oía lo que hablaban. ¡Con aquel tono v aquel humor! Los trataba de usted v me decían: -Dame el tú. dame el tú!. Me contaban cosas maravillosas. Una vez me presentaron a Rafael Albeni. En ese café madrileño también veía a Perón, que se sentaba en la mesa de al lado.
- Qué café era ése:
- El Sahara. La peña del café Sahara. Había tres grandes peñas. La otra era la de El ferroviario -un café que está frente a la fuente de Cibeles, en el centro de Madrid -que es muy lindo y en el que todavía está la mesa donde se sentaban García Lorca. Miguel Hernández... Y la tercera era la peña del Café de Pombo. Eran unos personajes románticos. Con una ideología... y con ramalazos cristianos y monárquicos... ¡ una cosa tan difícil de entender estos españoles! Partidos en dos por la guerra civil...
- ¿De qué vivió en España, en Italia?
- Primero, en Madrid. trabajé en una empresa que conseguía informes comerciales. Así conocí todo Madrid, pateando a lo bestia. En Roma, durante bastante tiempo lavé platos (que es muy duro) en una trattoria que tenía también su parte divertida: la gente. Tuve ese trabajo unos seis meses, hasta que pude entrar en ANSA, la agencia de noticias. Fue una buena escuela. Tuve una novia, una alemana jovencita. Y de repente, me volví.
- ¿Después de...?
-.Seis años. Estuvo bien volver.

El SONIDO

-A la semana de llegar a Buenos Aires entré a trabajar en una compañía de cine publicitario. Ahi empecé a escribir guiones para publicidad y para cine de dibujo animado. Empezaba una época azarosa, la década dcl '7(). El sonidista se fue y su trabajo me lo confiaron a mí. ¡Mi primer trabajo en cine! Me sirvió mucho. Hacía columnas sonoras.
-A propósito, en Sol de otoño se destaca la buena calidad del sonido.
-Porque está vivo; importa mucho la vida del diagrama de sonido. La música fue grabada en el estudio de un uruguayo, Carlos Pinz.
-¿Cómo es eso del diagrama de sonido?
-Hay escenas sin diálogo. Me gustaba que se sintiera, a veces, el sonido del ascensor. A veces, un cello: ese trío de Schubert... Me importa no regalar un centímetro de lo que pueda ser...
-Expresivo.
- Claro. En eso. el cine francés es maravilloso. El cine americano es impecable: su técnica, muchas pistas de sonido, mezclan bandas... pero las grandes ideas las he visto en el cine francés. Godard, que acentúa la paranoia del protagonista, en Pierrot le fou, cuando al apagar el cigarrillo en un cenicero hace un ruido descomunal... Los italianos, en cambio, desprecian esa posibilidad. Fellini les hacía recitar números a sus actores y después los doblaba. En El decamerón trabajaron amigos suyos (el dueño de la trattoria donde él iba a comer) que no eran actores esto está en todas sus filmografías -recitaban due, otto, sette, venti y después los doblaban. El sonido del cine italiano solía ser pésimo. Pero tienen otras características, tan expresivas y es tan desbordante... Con Visconti aparece el mundo en off. El mundo comienza a tener toda una respiración, a espaldas de los protagonistas. Antes sólo importaba lo que se veía.
- No el trasfondo de la vida.
-No. Y esas son cosas que, cuando se suman, cuentan. Después, la televisión colombiana me invitó a hacer, en su país, una miniserie sobre La mala hora, de Gabriel García Márquez  Filmé la presentación, en 16 mm., en el río Magdalena. Fue lo primero que hice en cine paisajes de la gran inundación que él describe en La mala hora. García Márquez me contó cómo era Aracataca. toda esa zona donde está el imaginario de Macondo. La primera toma. en un cementerio inundado, en Malangué. La hicimos en un bote, entrando en ese pueblo. La inundación tenia tres metros. Veíamos sólo los techos de las quintas. Paramos los motores del bote y filmamos...
Mientras tanto, seguía escribiendo Cuatrocasas, un libro de cuentos. Pasaba la vida. Me casaba. Me descasaba. Tuve un hijo.

El AFECTO POR ONETTI

-En mi primer matrimonio íbamos mucho a Uruguay, a Atlántida. Como corresponde a un lector de Marcha, el semanario que dirigía Carlos Quijano, cuando concluí Cuatrocasas lo presenté al premio Casa de las Améncas. Lo gané y así conocí a Juan Carlos Onetti, que era parte del jurado y que me dijo: “Cuatrocasas” por la estructura es una novela: si lo hubieras presentado en novela ganabas''. Cada capítulo es un cuento en sí mismo; todos juntos forman la historia de un pueblo. Cuentos o novela me valieron además del premio una muy buena relación con Onetti y con Cortázar, que fue quien me eligió. Después seguí yendo a visitar a Onetti periódicamente. Cada quince días, a tomar un tecito en su casa de Gonzalo Ramírez.
Mi chiquito. Sebastián (que ahora tiene veintiséis años), entonces, en el '70, tenía menos de un año. Un día, cuando me pasaron a buscar, Juan quiso bajar a conocerlo. Bajó, en pantuflas, con chaqueta y corbata, que siempre tenía puestos. Le hizo unos jueguitos a mi hijo antes de decirnos: "Vayan, vayan nomás". Dolly, su mujer, me contó después que hacía como cinco meses que no bajaba a la calle. Pasaron muchos años: Juan vivía en Madrid y yo también; si lo hacía acordar de esto, se sonreía: "Son patrañas tuyas... para prestigiarte''.

EXILIO Y REGRESO

-Mi segundo viaje a España fue en el '76. Esa vez me fui obligado, como muchos. Había ganado el Casa de las Américas: había colaborado con la revista Crisis con reportajes, desde Colombia, uno de ellos a Gabo (García Márquez. Me entrevistaron, a su vez en La Opinión. Después, empecé a recibir amenazas. Me fui. Viví mucho en Madrid. Me trasladaba con frecuencia a Sitges, un balneario cercano a Barcelona, que no llega a los diez mil habitantes. Allí, en Sitges, viví muy bien. Con una bicicleta y un barquito qué tenía. Salía a remar. Tenía amigos en el pueblo. Uno de ellos, el vasco Porrúa, editor. Buen consejero de literatura. Yo le mostraba mis cuentos.
- Hasta entonces usted había trabajado más como escritor que como director de cine.
- Había dirigido, en Buenos Aires, comerciales, documentales. Pero nunca nada de ficción, largo. Comencé a dirigir recién en 1981. cuando pude volver a Buenos Aires. Hicimos Evita, quien quiera oír que oiga, que fue un largometraje aunque, conceptualmente, era un documental.
-Actualmente coincidieron otras dos películas sobre Eva Perón, la prtatagonizada por Madonna y la filmada por Desanzo con Esther Goris como protagonista. ¿Qué le interesó a usted, en 1981,  para realizar una película sobre ella?
-No fue una idea mía; fue una idea que acepté. Vengo de una casa de radicales y socialistas, no peronistas. Nunca me había interesado en ella.  Pero cuando empecé a trabajar el tema descubrí una Evita de quince años, que me conmovió mucho. Filmé su viaje a Buenos Aires desde Junín, enfrentándose como cualquier mujer, a esa sociedad nuestra patriarcal, machista, en 1935.

QUEDA LA EMOCION

-Sus otros largometrajes son Flop (sobre Florencio Parravicini y los comienzos del teatro argentino) y Sol de otoño, en la que Clara Goldstein, es judia y Raúl Ferraro es uruguayo. ¿Cómo se le ocurrió filmar esta historia de amor?
- Hice un cuento corto, un par de páginas, que, con aportes de Carlos Oves, se transformó en una escaleta, un tratamiento cinematográfico. La historia encontró la buena suerte de ser dicha y actuada por Norma y Federico.
-Muestra cosas que deseamos vivir: generosidad para entender al otro.
-Sí.
-Permitirse amar sin orgullo, sin defensas.
-Sí, sí. Eso se expresó con calidez gracias a ellos, que son maravillosos. Los actores modifican lo que uno imaginó: lo transforman en posible y tangible. ¡Verlos moverse y decir el texto! No pierdo nunca ese regocijo -tan ingenuo-  de escuchar aquello que escribí con una remota posibilidad de que se actuara... esa felicidad de ver cómo viven las palabras y se emocionan y me pasan la emoción.
-¿ Cómo filma?
- Una película tiene que tener armonía. Armonía técnica: que no haya contradicciones en los desplazamientos, armonía de una toma a otra, que no se choquen los zoom, que no se peguen los travelling. Que no haya excesos. Se cuida la forma. Yo no cuidé nada, esta vez. Surgía de ellos tal bonhomía, tal acuerdo... con el director de fotografía tratábamos de solucionar problemas técnicos, para que se pudieran mover libremente. Hay tomas que duran siete u ocho minutos, como el diálogo cn la cocina, cuando ella llega y él le ofrece...
-Grappa.
-Sí, grappa. Y todo lo que ella quiera aceptar. Luppi fue capaz de dar al personaje de Ferraro una franqueza y una capacidad de ternura... Claro, Ferraro es uruguayo.
-¿Imagina así a los uruguayos?
- Los conozco así. Uno de mis amigos uruguayos, Rafael González, fue mi asesor para ese personaje. Decidí que fuera marquero como un pretexto para ejercer ese refinamiento natural que siempre encuentro en los uruguayos, en sus opiniones, en su percepción de la vida.
-¿ Y Clara Goldstein ?
-Al principio siente un gran temor a modificar su mundo tan organizado, tan meticuloso.
-Aunque la vida la ronda y la sobresalta.
-Ajá. Esos chicos de la calle. O esos vecinos que a veces pelean, a veces hacen el amor.
-¿Por qué le cuesta tanto a Clara mostrarse? No quiere demostrar que sabe
 bailar; no quiere demostrar afecto...
-No acepta emocionarse .
-Solamente cuando piensa que... que él se puede morir..
-Le confiesa su amor. Justo cuando él no la escucha.
-Asi pasa.
-¡Lo más importante que uno tiene para decir, no es escuchado! ¡Y uno no lo va a repetir!
-No, no lo va a repetir.
-Salvo que quiera ser feliz. Ferraro quiere ser feliz.
-¿Y Clara? ¿Qué hace con sus miedos?
-Los tiene. Pero se lanza. Le hace caso a su emoción. Hay cosas que uno cree que no pasan más que a los veinte años, que no va a volver a verse en encrucijadas. Pero uno es siempre el mismo, me parece. Mi madre me dice eso. Ella no se modificó por dentro. Me lo ha dicho: "Me veo distinta en el espejo, pero me siento igual". Creemos que aprendemos a defendernos de sentir cosas. ¡Qué se va a aprender! Siempre se vuelve a hacer apuestas cuando estamos en el umbral de perderlas. Tal vez hay un poco más de dolor que superar, más miedos que dejar de lado. Pero se puede permitir que gane la emoción.
SOBRE EL CINE ARGENTINO
- Hay películas que me han gustado. Otras que no. Las que me gustaron son algunas de Lautaro Murúa. Shunko, Alias Gardelito, una parte de La Raulito... Me gustó Torres Ríos (el padre de Torre Nilsson); me gustó como filmaba -no lo que filmaba- Daniel Tinayre, un gran artesano. Me gustaron algunas cosas de Hugo del Carril y otras de Lucas Demare. Y algunos guiones: algunas participaciones de Homero Manzi y del maravilloso viejito paraguayo: Augusto Roa Bastos.
-¿Participación en qué?
-En el guión de Shunko trabajó con Lautaro. El cuento es de Jorgre W. Abalos. Y la adaptación la hicieron con Roa Bastos, que es un ser delicioso. No soy muy seguidor del cine argentino. Es un poco errático. Es un juego caro, el cinc. Los productores entran y salen, a la disparada.
-¿Cómo es eso?
-Pocas veces recuperan la inversión. Muchas veces quedan desencantados. Son seducidos para entrar pero después se tiene una actitud pedante hacia. Es como si lo que pusieran (que, finalmente, permitió realizar un proyecto) fuera poca cosa dentro de un proyecto supuestamente genial. 
-¿Mejora el cine argentino?
- Ciertos aspectos van por mejor camino. En las escuelas de cine se presta atención a la infraestructura, al guión; se escribe mejor, me parece. Se hacen concursos de guiones. Y se contempla además la posibilidad de que sean factibles. Porque si se comienza con un diseño muy caro que después debe irse acotando por necesidad, se pierde efectividad.
-Sol de otoño no parece costosa.
- Con los primeros 120.000 espectadores pudo recuperar la inversión, que fue de un millón doscientos mil dólares; es decir, está en el mínimo de costos: Creo que hay una tendencia a buscar lo extravagante o lo caro cuando faltan ideas. Uno trata de suplir... como en la época que yo fumaba: fumaba dos cigarrillos a la vez cuando no se me ocurría nada. Me daba cuenta que lo hacía por eso. ¡Y había días tan poco ocurrentes que fumaba dos paquetes!
-¿Qué es lo que hace memorable una película?
-La emoción. Alberto Obligado -un ser delicioso, padre de diez hijas, productor y amigo que me ha acompañado a Misiones, donde hicimos la miniserie sobre Horacio Quiroga-  suele repetir una frase que me gusta mucho citando, creo, a Ezra Pound: "sólo la emoción perdura". Por lo que sé, la emoción y la verdad van juntas. Y hay algo en mí que busca profundamente en el corazón humano toda la sinceridad disponible. Suelo encontrarla.




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