jueves, marzo 20, 2014

Las joyas quedan


“Lo superfluo es algo muy necesario.” Voltaire


“Los hombres pasan, las joyas quedan”

La historia de la humanidad no se cuenta sin la historia de la joyería.
 La fabricación de joyas es uno de las artes más antiguas del mundo.



“Mae West me tendió la mano. Al estrechársela, me arañé la palma de la mía con sus anillos de diamantes. Dándose cuenta de lo ocurrido comentó con cierta indiferencia: -Son de talla antigua, muy afilados. Son los mejores.
Llevaba todos los dedos cubiertos de diamantes. Lucía un collar de diamantes, pulseras de diamantes y una tobillera de diamantes. Se trataba, me explicó de “sus diamantes para el día”. Extendiendo la mano para que pudiera examinarlos, añadió: - Mirálos, son todos de verdad. Me los regalan mis admiradores.
Su mirada se posó sobre mis manos desnudas. -¡Oh, cielos! Tú no tienes ninguno. Durante un momento se quedó mirándome con asombro y pena. Luego su expresión se animó: -Pero tendrás alguno en casa, ¿no?”
Así empieza una deliciosa entrevista, hecha por Charlotte Chandler a Mae West. En la última línea, la gran diva de los años 30 detiene a la periodista y le aclara: “-Querida, todos esos diamantes que te dije que me regalaron los hombres... algunos, me los compré yo.”
Cuando se siente pasión por algo no alcanza con esperar que llegue de regalo: se trabaja para conseguirlo. Mae West lo sabía y trabajaba para adquirir lo que quería. Podía darle un tono  romántico a sus diamantes pero lo que le importaba era tenerlos. Su irónico “Los hombres pasan, las joyas quedan” no lamentaba amoríos fugaces: afirmaba su seguridad en esos bellos objetos inmutables. Adquirirlos la alegraba tanto como a otros la posesión de un cuadro de Matisse o de un caballo de raza o de una ventana al mar. Su frase, además, resume algo de la historia de la humanidad: los hombres pasan y las joyas quedan: dan testimonio de ellos. Desde antes aun que la escritura.

Tan lejos y tan cerca
Donde se une la Prehistoria con la Historia -la edad de los metales- el descubrimiento de la fundición permitió a los hombres fabricar instrumentos, armas y adornos. Se perfeccionó la cerámica y apareció la orfebrería. Desde entonces, en infinita variedad, pero volviendo a veces sobre sí misma con asombrosos parecidos, la historia de las joyas evoluciona, se repite, se renueva, deslumbra.
A miles de años de distancia los collares del paleolítico no difieren tanto de las magníficas serpientes que Cartier diseñó como brazaletes para María Félix. Son famosas las anécdotas que asocian a esta mujer impresionante con las joyas: las esmeraldas que le regaló Jorge Negrete, el collar de rubíes de Agustín Lara, los brillantes de Harry Winston, su colección de serpientes de oro, con turquesas y  diamantes y los saurios en oro macizo con ojos de esmeraldas y brillantes amarillos, cruzados para formar un pectoral. O la cigarrera desde donde figuraban mirarla, en piedras preciosas, los ojos de su enamorado. Ella las llamaba "Sus joyas de amor” y al maletín donde las llevaba le decía “su niño", sin separarse de él jamás.
Siempre usaba -entre otras-  tres pulseras de oro de 18 k. con sus nombres en brillantes: María Bonita como le decía Agustín Lara, Puma Pumita, sobrenombre que le daba a su marido Alex Berger, y Doña Doñita, como la llamaba todo México. También estaban entre sus preferidos un par de brazaletes de diamantes hindúes y esmalte makara. Si hubiese aceptado propuestas de enamorados como el Rey Faruk -último de la dinastía de Mohamed Ali de Egipto- que le ofreció una antigua diadema por una noche en su compañía, el tesoro de María Bonita se habría acercado al de los faraones.
La Desconocida
Entre las joyas más antiguas se encuentran las de La Desconocida, descubiertas en Egipto en 1931 en la necrópolis de Giza. Una momia que hoy se encuentra en el Museo de El Cairo. Lleva una diadema de oro, cobre y cornalina, brazaletes y tobilleras de oro y cobre y un collar de cuentas de oro y cerámica vidriada, enfilado en alambre de oro, más otro precioso collar formado por 50 cuentas huecas de oro en forma de coleóptero. Este collar no sólo era un adorno: también cumplía la función de amuleto. Y esto es algo que constantemente se atribuye a las joyas: su protección o simbolismo. No sólo son objetos estéticos, para quienes las usan suelen estar cargadas de significados.

Lo verdadero y lo falso
La influencia de los egipcios movilizó a los diseñadores, poco después de descubrirse la tumba de Tutankamon en 1922. Un aluvión de barras de oro, de jeroglíficos  y de estilizados coleópteros invadió la moda. Los insectos han sido utilizados con frecuencia como pretexto en joyería: escarabajos de oro, abejas con cuerpo de coral (como la que realizó Di Verdura para Chanel en 1960), libélulas con alas de brillantes...
Elsa Schiaparelli (1890-1973) presentó un collar de plástico transparente con insectos de colores. También hubo quien prefiriera recrear motivos marinos, con piedras y metales preciosos, como lo hacía en 1940 Jean Schlumberger: caballitos marinos, estrellas, caracolas. Los motivos de la naturaleza, muchas veces flores de largos tallos, fueron los preferidos del Art Nouveau. René Lalique (1860/1945) fue el gran maestro de los diseños en vidrio: objetos de adorno y joyas, como un famoso colgante de plata con pátina negra que encuadra una cara en vidrio opalescente, rodeada de amapolas. Lalique realizó joyas que vendía a Cartier, Boucheron y otros joyeros. Sus obras admiraron en la Exposición de
París en 1900, y las llevó en sus actuaciones Sarah Bernhardt. También dentro del Art Nouveau Georges Fouquet (1862-1957) realizó piezas diseñadas por Alphonse Moucha; gustaba trabajar con piedras preciosas de forma oval. Salvador Dalí (1904-1989) además de diseñar telas para Elsa Schiaparelli aportó sus ideas surrealistas al diseño de joyas.
Cocó Chanel (1883-1971) -la que lo cambió todo en cuanto a moda femenina imaginando lo que las mujeres necesitaban antes de que ellas mismas lo supieran- cambió las costumbres en cuanto a alhajas. Acompañó sus sobrios trajes de tweed con sartas de perlas artificiales o cadenas doradas. Y sus vestidos negros para cóctel podían variar de aspecto según el broche de pedrería falsa que los acompañara. Durante los años 30
, Chanel encargó a Fulco di Verdura que diseñara bisutería con piedras semipreciosas y falsas, con engastes ostentosos. Ya no sería necesaria una fortuna para rodear un cuello femenino con perlas o para lucir una gran cruz desbordante de piedras multicolores. La consigna liberadora de Chanel fue: “usar lo falso como si fuera verdadero y lo verdadero como si fuera falso”.
Pero lo verdadero siguió teniendo adictos. Traspasan las puertas de Tiffany & Co. si buscan, como Audrey Hepbrun, diamantes para el desayuno. O como Richard Burton,  que tantas veces homenajeó con ellos a Elizabeth Taylor.
En la década del 70, Elsa Peretti comenzó a diseñar “diamantes por metro” para Tiffany: finas cadenas de diamantes. Una de ellas es la que usa Nicole Kidman en “Número 5”, un corto que promociona el relanzamiento del perfume insigna de Chanel. Allí, sin nombrar el perfume, se cuenta la historia de una mujer misteriosa y enamorada. Todas las joyas que se utilizaron en la filmación fueron reediciones de piezas diseñadas por la propia Coco Chanel en 1932. La larga cadena  con un colgante que incrusta en un círculo el mítico 5 sobre el profundo escote en la espalda de la actriz, lleva 687 diamantes.
No todo es felicidad en torno a ellos, la historia del inmenso diamante Hope es terrible:
El banquero londinense Lord Henry Thomas Hope financió con él la construcción de una embarcación asombrosa, adelantada medio siglo a su época: el  Great Eastern. Su botadura fue el  3 de noviembre de 1857. Tantos fueron los tremendos accidentes de ese barco y sus fantasmas –constituyen otra historia- que abrió paso a la ciencia ficción.
Los Cartier –Louis François, Alfred, Pierre, Louis Joseph- además de ser proveedores de muchas casas reales europeas –como el tigre de oro y diamantes para Wallis Simpson, más tarde duquesa de Windsor- se distinguieron por su desarrollo del reloj pulsera. En 1907 diseñaron uno para el aviador brasileño Alberto Santos Dumont.

Valga decir que las joyas, en los varones, no han sido menos numerosas ni ostentosas que las llevadas por las mujeres. Aunque durante largo tiempo (desde la revolución francesa hasta mediados del siglo pasado) los varones optaron por la sobriedad, desde sus oscuras levitas y trajes grises no dejaron de refulgir cadenas, gemelos, alfileres de corbata y anillos.

Así en la tierra como en el cielo
Al contrario de lo que dice el refrán, sobre gustos hay mucho escrito. Los gustos en joyas van desde lo más sutil a lo más imponente, siguiendo todos los caminos de la imaginación. Todo grupo social, tanto los mapuches como los esquimales, o aquellos burgueses de la Holanda del 1600 pintados por Vermeer (cuyo abuelo fue relojero) ha diseñado sus alhajas. Las arquetas que las contienen aparecen en cuadros, en obras de teatro... y hasta en el cielo; al menos allí han querido encontrar una los astrónomos, y han llamado La cajita del joyero o Cúmulo Kappa-Crucis (por contener a la estrella Kappa) a un conjunto de sesenta estrellas muy brillantes, blancas, blanco azuladas y algunas rojas.   
Menos científico pero más poético fue el dibujo que trajo una vez del colegio Julian Lennon, en septiembre de 1980. Dibujó a su amiguita Lucy. La había pintado en medio de unas estrellas en el cielo y lo tituló Lucy in the sky with diamonds. Durante el resto de su vida, John Lennon sostuvo que su canción se inspiró en ese dibujo de su hijo y no era una alusión al LSD.

Anillos, magos, alquimistas, inquisidores
La posesión del anillo significaba poder sobrenatural y poder sobre otros seres. Más de un buen médico medieval fue condenado a la hoguera por ser acusado de consultar al demonio que se alojaba en su anillo. También Juana de Arco fue acusada entre otras cosas de tener anillos mágicos.
El Dux de Venecia festejaba anualmente un acuerdo entre Venecia y el mar, y arrojaba un anillo de oro a las profundidades del Adriático. Después de una de estas celebraciones, en una cena se le sirvió un gran pez. Encontró dentro el anillo que había ofrendado. Ese año colapsó el imperio veneciano.
Al referir esto, recuerdo la película “El gran pez”, de Tim Barton: el anzuelo para lograr pescarlo es la alianza de oro de Albert Finney, el protagonista. La premisa de “Big Fish” es “Un hombre es las historias que cuenta”.
Si, sí... Pero un hombre, también, es las historias que le han contado. Nos han contado tantas, referidas a joyas encantadas... El cascabel mágico, regalo de Tristán a Isolda, para que ella nunca estuviera triste (del que ella prefirió deshacerse para llorar la ausencia de Tristán, tan triste como él); el anillo del rey Salomón “que le impedía envanecerse de sus victorias tanto como acobardarse por sus derrotas al mirar su inscripción: Esto también pasará”. Y la historia del amor de Carlomagno: locamente enamorado de Frastrada por su belleza, pero sobre todo por el poder del anillo que ella llevaba. Murió Frastrada y el fundador del Sacro Imperio Romano Germánico sólo podía permanecer llorando cerca de su amada muerta. El obispo Turpin, extrajo aquel anillo del cadáver de la princesa y lo puso en uno de sus dedos. Entonces Carlomagno comenzó a seguir sus consejos y se salvó el reino. Pero el buen obispo, no queriendo tener poder sobre su soberano arrojó el anillo a un lago. Durante una partida de caza Carlomagno descubrió el lago y sintió tanta paz que quiso quedarse el resto de su vida allí y allí fundó Aquisgrán capital de su reino. Es notable que “el cristiano por excelencia” viera afectada su vida por un objeto pagano, que a tal punto lo atrajo y dominó sin él saberlo

El aro de oro
Así como al cristianismo lo representa la cruz, el anillo, símbolo pagano, puede significar poder, hermandad, compromiso, lealtad, amor, sabiduría y destino. Los grandes valores de la vida pueden estar simbolizados por él.
En diferentes culturas se encuentran constantes: el mago, el loco, el herrero, la espada, el anillo, la doncella, el tesoro, el dragón.
Ciertos anillos “encantaban” a las personas El nacimiento de la magia se vincula a que el pueblo atribuía poderes a los anillos de los chamanes, en vez de atribuírselos a las plantas medicinales o aromas que se aplicaban en la misma sesión
Ningún pueblo en la historia estuvo tan obsesionado con la búsqueda del anillo como los vikingos. Tal vez porque lo relacionaban con el poder de la metalurgia o de los alquimistas. El anillo del rey no sólo lo señalaba como monarca, sino que el anillo mismo tenía poder. Durante la ausencia del rey se podía utilizar el anillo o su sello como extensión de la autoridad del gobernante. Incluían un grabado o un símbolo y nombre del señor, con un sello de piedra, cristal, ámbar o incluso gemas, que podía imprimir la marca del rey con tinta o sobre cera o arcilla. Primeros equivalentes de la firma.
Entre los vikingos, el anillo de oro era una forma de valor corriente, un don honorífico, y a veces una herencia de héroes y reyes. Los anillos de la mitología nórdica por lo general eran anillos mágicos forjados por los elfos. Eran símbolo tanto de poder como de fama eterna. También eran símbolos de predestinación.
El faraón de Egipto llevaba un gran anillo de ébano con un escarabajo engarzado en oro que, al girarlo, descubría el gran sello del faraón. Ser dueño del anillo significaba ser dueño de Egipto. José, tras ser vendido por sus hermanos, ocupó un puesto de consejero junto al faraón, quien le regaló su anillo. Así demostró confianza plena en su palabra.
Personalmente, me emociona el recuerdo de un corto documento que Enrique Molina rescató en su libro “Una sombra donde sueña Camila O´Gorman”. Refiere una lista de quince o veinte modestas pertenencias que encontraron en el hogar de Ladislao y Camila en Goya, antes de fusilarlos por el escándalo de su amor en la época de Rosas. La corta lista enumera algún libro, un par de vasos y camisas, un costurero... Y lo último: “un arito de oro, roto”.    
Ana Larravide




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