POR LA VUELTA
por Ana Larravide
Apuntes
en el Expreso Pocitos
I
Cuando está por llover, cuando me aburre todo
pero apuesto a imaginar historias, esta ventana, esta silla, esta mesa me hacen
creer que vivo frente al mar.
Pido un café: el alquiler más barato del mundo.
II
Un café renegrido, áspero,
dulce, del que se acepta sólo el primer sorbo como un remedio imprescindible,
como una prenda a pagar en un juego,
como un peaje aceptado con gusto con tal de estar
allí, pasando el tiempo
entre otra gente, ajena, próxima. Mirándolos.
Mirándolos y viendo, al fondo, el mar.
III
Lentos como jueces, vocacionales como actores de
teatro, sin asombro ante nada como párrocos; con largos delantales negros. Los intemporales mozos del Expreso Pocitos.
IV
Hablaban furiosamente quietos, con rápidas
ráfagas de palabras letales: - Yo te dije –le dijo.
- Esperé que dijeras –murmuró con labios
apretados.
- ¿Entonces, nunca?
- Nunca.
Murieron los dos sobre la mesa. Se fueron sin ser
más los que ahí quedaron.
V
¿Séptimo regimiento? Demasiados licores.
¿María la sangrienta? Su color espeso me hace
mal.
¿Un gin? Me mata. ¿Ginebra? Es melancólica.
Pálida de frío quiero mi Margarita con su beso de
sal.
VI
¿Viste que ya llegué? Sí, son lindos. Y nuevos. Y
elegantes. Y caros. Y convierten el pie en imán adorable, en sexy
joya, en adorno, en conjuro. Te digo, a pesar de eso: para venir hacia aquí
con apuro y de lejos son mejores los viejos.
VII
Cuando se dice chau sin pretender explicaciones,
sin bronca, sin llorar; sin decir perdonáme ni te quiero ni ¿te acordás?
Cuando se dice chau sin un reproche es que se
dijo para siempre chau.
VIII
Fumabas mirando hacia la puerta del bar. Fumabas
moviendo tu larga mano con pulseras de oro con cansancio. Cuánto debían
pesarte. El gesto lento descorría un telón sobre tu cara triste. Finalmente
vino.
No lo viste.
IX
De política. De literatura. De encuentros -porque
siempre se vuelve
después de años de viaje o de años de rencor- de
películas vistas
o de sueños perdidos; del azar rechazado en el
número trece o en la frase que nunca se aceptó. De breves alegrías y de
desdichas breves saben tanto estas mesas. De transcurrir la noche. De saludar
el día. De querer ser poetas y de saber que no.
X
Ella olvidó teñirse el pelo, pero sonríe como una
novia; él, un poco encorvado, sirve el té para dos y le habla de algo que debe
haberle dicho mil veces al oído.
Parece que repitieran un cuento. Parece que
conocieran algo encantador y privado, uno del otro. Parece que fueran felices.
XI
Cabeceó diciendo que sí al sueño, al
esplín, al olvido. Sin penas ya y sin whisky en el
vaso. Se quedó dormido a contraluz y solo, infinitamente triste en los espejos.
XII
Rosas esmirriadas que abriga el celofán como si
fuera el tapado de armiño que nadie te compró. Frágiles rosas con frío como vos sin espinas para
defenderte.
XIII
Había un cielo Magritte con una sola nube
flotando en la ventana del bar
para nosotros dos. Había un aire suave y una
suave alegría de encontrarnos tan bien.
Y era todo tan lindo y tan sencillo que no
dijimos nada importante
ni vos ni yo. Nada trascendente. Nada como para
escribir un poema.
XIV
Je suis Modiglianí decía entre las mesas
sosteniendo papeles signados con trazos elegantes, escuetos, musicales. Y
alguno alguna vez le compraba un dibujo. Lo transformaba en vino y volvía, con
su belleza insoportable, su talento, su fiebre, su amor insoportable, a abrazar
a Jeanne.
XV
Tan difícil, tan fácil
como bailar un tango fue caminar así, de ese modo trenzados. Como si nada nunca
nos hiciera soltarnos o como si cualquier cosa pudiera separarnos.
XVI
Un pequeño papel, un pequeño dibujo en la
servilleta de un café donde espera
otra vez ser feliz.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario