En el bosque
Ana Larravide (*)
¿Gardel
nació en Tacuarembó? Hay dudas. Pero no de que Tres gauchos orientales fueron
"el oportuno estímulo que –afirmó Leopoldo Lugones– recibió José Hernández para inspirar sus
versos, tanto en la métrica como en el tema y la expresión." Borges (Obras
Completas, edición de Emecé, 1974) lo consigna en su capítulo sobre Poesía
Gauchesca.
“Pero
me llaman matrero pues le juyo a la catana, porque ese toque de diana en mi
oreja suena fiero / libre soy como el pampero y siempre libre viví / libre fui
cuando salí dende el vientre de mi madre / sin más perro que me ladre que el destino
que corrí...”
Tranco,
tranco recuerdo versos mientras camino por la orilla. Tantos años sin pisar
Punta Ballena. Décadas. El agua tan transparente, la orilla plana y firme por
donde jugábamos carreras a los diez años. Qué vacía estaba la playa, qué
deshabitado el bosque, qué altos parecían los puentecitos que cruzaban las
calles.
El
bosque de Lussich. Cuando lo escuché nombrar por primera vez, creí que Lussich
sería un leñador o un ogro. ¿De quién más puede ser un bosque? Explorábamos
entre los árboles, con indecible felicidad y algo de miedo (de que apareciera
el tal Lussich probablemente con un hacha. ¿Qué nos diría? ¿Qué le diríamos?)
Fue
un verano de bosque y playa, de Sandokán a la hora de la siesta jamás dormida.
De grandes bandejas con choclos al mediodía. De tocadiscos donde por primera
vez escuché a Gardel (barrio plateado por la luna rumoresdemilonga sontód amifortuna).
Por
ese verano y por otras bondades siento un inmenso gracias hacia mis tíos Tota y
Pepe. Pepe era el hermano menor de mi abuelo. A mi abuelo lo conocí poco.
Recuerdo su cara flaca bajo el ala del sombrero y unas larguísimas piernas y su
voz (nada recordamos tanto como lo que escuchamos con algún ritmo, en la
infancia): “En un tren de la frontera iban de viaje solitos el inglés Guillermo
Money y el gaucho Mariano Pintos; serio el inglés meditaba en un negocio
arriesgado: de ganar cinco mil libras prestando tres al Estado...” (seguían
muchas estrofas, las recuerdo hasta el irónico final: “¡si me llega a precisar,
llame por el alambrau!”).
Otro
recitado frecuente era “Capitán de los tercios de Flandes, el gran capitán, de
la capa colorada, de la ensangrentada espada y el buen caballo alazán./ Si
diera a mi fantasía rienda suelta en este día, ya que partes, capitán, / contigo yo
partiría y a la grupa montaría de tu caballo alazán.” En una infancia sin
electrónica, un abuelo así era muy interesante.
Fue
el único de mis abuelos que conocí. Breves años. Pero su hermano (el menor de diez),
Pepe, conocía los mismos versos; sonaban extraordinarios por el tono gauchesco
en su amable voz, que marcaba la erre un poco a la francesa.
Un
verano Pepe tuvo la idea de construir una casa en Punta Ballena. Parecía tan
lejos de Montevideo. A esa casa con nombre de carabela, frente al mar y al
costado del bosque, llegó una camioneta verde, con los costados de madera, de
donde brotamos una docena de muchachitos convencidos de haber llegado al
paraíso. Era el paraíso. Atrás de los médanos: el mar azul. La playa, inmensa.
El bosque, un misterio... ¡el bosque de Lussich!
Pepe
nos contó que Lussich no había sido leñador ni ogro. Pero le gustaban los
árboles. Era capaz de reconocer a cada uno por la forma de las hojas, por los
pájaros que los preferían y habitaban. Le gustaba que los árboles fueran
distintos: simples como los pinos, raros como otros de los que ya no me acuerdo
el nombre. Quiso hacer un bosque. Hizo un bosque. Y se lo regaló a su mujer
como quien regala un ramo de flores.
“El oportuno estímulo”
También
hacía poemas, Antonio Lussich: “Yo tuve ovejas y hacienda / caballos, casa y
manguera / mi dicha era verdadera / hoy... se me ha cortao la rienda! /
carchas, majada, querencia volaron con la patriada / ¡y hasta una vieja
enramada / que cayó, supe, en mi ausencia!” (Su voz parecida a la de Cortázar
los convertía en: “volagon con la patrgiada... / y hasta una vieja engramada
que cayó, supe, en mi ausencia.”)
Lussich,
que había plantado tantos árboles, también había escrito un libro: Los tres gauchos orientales. Ahí, esos
versos, y los que empiezan esta nota.
Aquel
verano está entre mis recuerdos felices: olas magníficas; el ruido seco al
pisar ramas y piñas del bosque solitario; y el runrún de los versos criollos.
Dejé
de tener diez años y tuve veintitrés. Me casé y vine a vivir en Buenos Aires.
Buenos Aires es una ciudad llena de literatura. Eso fue lo primero que me
sorprendió. Yo venía llena de cuentos de entrecasa contados de memoria, fueran
de conflictos familiares o de historia patria (a veces se mezclaban). En Buenos
Aires parecía que se hubiera escrito un libro en cada esquina. En su Guía literaria de Buenos Aires Alvaro
Abós describe los barrios según las novelas y poemas que escribieron quienes
los habitaron y cuenta que el Martín Fierro
lo escribió José Hernández en el Hotel Argentino, sobre la Plaza de Mayo.
Hernández (El Gordo Matraca, para sus amigos) “tenía una memoria de
superdotado. Podía escuchar una sesión entera del Parlamento y luego
reconstruir los discursos textualmente.”
Hernández (derrotados los federales por los porteños en Ñaembé, campos de Corrientes; derrotado él mismo junto al caudillo López Jordán) dice Abós que se encuevó en ese hotel y escribió un poema de 78 páginas, en pocos días. Lo publicó a fines de ese año 1872 pagando de su bolsillo la impresión en papel de estraza. Arrasó. No hubo fogón donde no se leyera o recitara: “al hombre que lo desvela una pena extraordinaria como el ave solitaria con el cantar se consuela”.
Hernández (derrotados los federales por los porteños en Ñaembé, campos de Corrientes; derrotado él mismo junto al caudillo López Jordán) dice Abós que se encuevó en ese hotel y escribió un poema de 78 páginas, en pocos días. Lo publicó a fines de ese año 1872 pagando de su bolsillo la impresión en papel de estraza. Arrasó. No hubo fogón donde no se leyera o recitara: “al hombre que lo desvela una pena extraordinaria como el ave solitaria con el cantar se consuela”.
En
1910, durante la presidencia de Roque Sáenz Peña, el poeta Leopoldo Lugones,
proclamó en el Teatro Odeón que El
gaucho Martín Fierro era el poema nacional de los argentinos.
Y
ahora les cuento el final o redondeo: las Obras completas de Jorge Luis Borges
no son en verdad completas porque después de 1974 siguió escribiendo, pero en
1974 eran completas. Era –es- un libro grande. En la página 188, en el capítulo
que dedica a la poesía gauchesca, Borges cita a Lugones: “Don Antonio Lussich,
quien acababa de escribir un libro felicitado por Hernández, Los tres gauchos orientales, que ponía
en escena tipos gauchos de la revolución uruguaya llamada Campaña de Aparicio,
dióle, a lo que parece, el oportuno estímulo: por haberle enviado esa obra
resultó que Hernández tuviera la feliz ocurrencia. La obra del señor Lussich
apareció editada en Buenos Aires por la imprenta de la Tribuna, el 14 de junio
de 1872, el envío del libro para Hernández es del 20 del mismo mes y año. En
diciembre fue editado Martín Fierro. Gallardos y generalmente apropiados al lenguaje y particularidades del
campesino, los versos del señor
Lussich formaban cuartetas, redondillas, décimas y aquellas sextinas de
payador que Hernández debía adoptar como típicas”. Acredita Lugones. Borges
consigna.
Borges
debió escribir esos párrafos sonriendo. Él alardeaba de haber sido, también,
“concebido en la Banda Oriental”.
Camino
salpicada por las olas de Punta Ballena, frente a la puesta de sol (medio siglo
de puestas de sol no vistas por mí, allí, siempre) y bajo una luna nueva que
apenas se ve, como un cuchillito de plata. Pienso en voz alta: “...el herraje
que llevaba como la luna brillaba al salir tras de una loma / yo con orgullo y
no es broma / en su lomo me sentaba...”
-Martín
Fierro... ¡Hernández! -me dice la querida amiga argentina que esta tarde me
acompaña en la caminata.
-No.
Son unos versos que aprendí por aquí cuando era chica. Unos versos del Ogro
Lussich.
(*) publicado en el Semanario Brecha, de Montevideo, el 23 de febrero,
2012
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